La realidad educativa frente al ser de la educación

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Julio César Arboleda

Keywords

Ser, Realidad educativa, Internomía, Escuela-alteridad-ontología, Hermenéutica ótricas.

Resumen

El ser enrarece a los ojos que miran sin luz, se pierde en quienes no se entregan entrañablemente a la co-existencialidad. La realidad es de la intensidad de la luz con que se mire: se desdibuja como “realidad” propia, como “tu” realidad, si no ves más que con los ojos de tu mismidad, de tu interés particular, del peso de tu ego; se esclarece con la mirada que advierte a la humanidad y la naturaleza como un plexo de vida interdependiente cuya fortaleza depende de qué tanto recibamos y alojemos al “próximo”: al otro humano y a lo otro existencial, es decir, que la riqueza de nuestra mirada está determinada por nuestros potenciales para acoger al otro humano y lo otro no humano de la vida integrada, es decir para ser ótricos.


Ensimismados, separados, no podremos apreciar la realidad del Ser ni ser la vida misma; apareceremos, seremos luz si bordamos nuestra existencia para enlucir el tejido existencial.


El Ser de la educación habita en los procesos educativos “presenciales”, que constituyen y promueven hechos por la vida, realidades ótricas construidas por seres con vocación de coexistencia, con dotaciones cognitivas, valóricas y actitudinales, entre otras, puestas al servicio común: bienes, insumos para mantener el equilibrio del plexo socio-natural.


El pluriverso o mundo de mundos de la vida reclama educaciones que protejan la vida. La educación es ótrica si forma seres para la vida, que sientan y acojan tanto al otro como lo otro del entramado existencial.


La realidad educativa es aún poco visible para la educación misma. Pues ésta se ha extraviado de su Ser, el cual se enciende en quienes ganan luz en su existencia, en quienes se dan, se abandonan, con pasión y compasión, a la tarea de cultivar la vida.


1. A modo de introducción


1.1 Del Ser de la educación


Los abordajes ontológicos realizados en el marco de las relaciones entre la educación, el lenguaje y el ser permiten acercarnos al modo como la función de educar se puede asumir en razón de aportar a la construcción de realidades sobre las que pesen hechos mediante los cuales se reafirme tanto nuestra relacionalidad como los vínculos entre  humanidad y naturaleza. Es, así mismo, una oportunidad para pensar de modo reflexivo, generativo y sintiente sobre el significado y sentido educativo, cuyo alcance se aplaza a medida que la mismidad, poder o ego exterior agrede, con mayor ferocidad, el integrado de humanidad y naturaleza.


La conciencia es la luz que enciende al Ser, que da vida a la existencia. Alguien logra iluminar, darle luminosidad a su existencia y resplandecer la existencia integrada de humanos y no humanos, valga decir ganar Ser en virtud de su conciencia de vida, de sus actitudes a favor de la vida. El grado de conciencia, el ser manifestado es de la proporción que alcance la presencialidad, las acciones más edificantes del aquí y ahora; equivale al músculo que alguien forme para dar-se tanto al Otro, al existente semejante -- ese “próximo” que también es distinto, pues todos somos el singular que nos diferencia--, como a lo otro existencial, coexistentes a los cuales, por cierto, nos debemos para existir.


Adquirimos mayor Ser cuanto más nos debamos, recibamos y nos demos al semejante, incluidos nuestros hijos, hermanos, y demás próximos. Entre más cultivemos la vida social y cuidemos la naturaleza, mayor limpidez tendrá nuestro ser para apreciar la realidad e iluminar la vida entrelazada.


La realidad radical, presencial no enseña lo que interese mostrar a la mismidad; habla sí de las tensiones entre el yo y el otro, poniendo de manifiesto la inmadurez humana para hilar nexos, y llamando al acogimiento, al restablecimiento de la proximidad, a vivir experiencias de presencialidad, a protagonizar la construcción de nuevas realidades, a sembrar conciencia edificante.


Desde esta consideración se puede advertir que la educación no está a la altura de su Ser porque, entre otros aspectos que se abordan a lo largo de esta reflexión, sus procesos no van en la dirección de su significado y sentido originario por el cual ha de intervenir en la formación de sujetos con las dotaciones de fuerza conciencial que se requieren para alcanzar la ciudadanía que permite a los humanos habitar con grandeza la pluriversidad de la vida. Por el contrario, mira de soslayo los caminos de la separación, aquellos que la distancian y nos alejan del propio ser; funge como educación Para Sí, para quien se desvincula y sigue su propio norte, más no como educación Para Ser, para vivir en conexión con su propio Ser, consolidando los lazos de la existencia (Arboleda, 2024-25).


En la vía de la reconexión educativa será importante que sus procesos se realicen con voluntad de vida, y alienten el deseo de  plegarse al otro y lo otro del complejo interdependiente al que nos debemos, entregada a la función de formar las destrezas que permitan a los humanos hilar relacionalidad, estrechar vínculos con un marcado sentido de alteridad ética, potenciar la formación de seres ótricos e interónomos –según se expone más adelante--, protagonistas de  realidades que resplandezcan la coexistencialidad, para que los hechos que dan forma a la realidad educativa no se carguen más de mismidad, como sucede hoy, sino de actos por la vida. De esta manera, el significado de la educación cobra sentido vivo y se revela el Ser no sólo en ésta sino en todas las esferas de la vida.


2. La alteridad ótrica


Esta expresión aparece frente a la necesidad de experienciar la coexistencialidad, “dándose” al otro humano y lo otro de la naturaleza a quienes debe su existencia. Hoy prima el deber como regla institucional, que en la forma de producción y relación imperante sirve las finalidades de la rentabilidad de los oligopolios, poder dictatorial que azota la vida social y natural. Tal significación anula el deber-se inherente a la vida socio-natural, por el cual nos debemos a la otredad y no a la mismidad, al plexo de la vida y no sólo a uno de sus componentes.


El ótrico es quien riega la existencia de presencialidad, recibiendo, dándose, abandonándose, cuidando del prójimo y de la naturaleza, asumiendo la relacionalidad entre humanos y con la naturaleza, agradeciendo de ese modo a la vida.
Deberse es afirmación de sumisión a la otredad que constituye la vida, y al tiempo es expresión de respeto y agradecimiento a la misma. Dar-se es, pues, respuesta incondicional y el mayor agradecimiento a la vida. Nos damos, porque nos debemos, “recibiendo”, entregándonos a quienes nos debemos, por quienes somos.


Darse es un modo de Ser, de habitar al “próximo”, al coexistente socio-natural, presencialidad visceral, acciones que nacen de las entrañas. Es un lenguaje que hace, mejor, que obra vida. Es salir de la lucidez ensimismada, centrada en la razón, y habitar la locura proximal sustentada por el deseo irrefrenable que nos impone Ser para el Otro. Ser otredad proximal, alteridad ética, dirá Levinas.


La existencia integrada e interdependiente nos impone dar-nos, ser Ótricos, es decir, ser para el próximo, para el otro y lo otro a los cuales nos debemos. Para ser-lo, para dar-nos, hemos de vivir la compasión por el vulnerable, por el necesitado, sentir el crujido que delata el desgarre inexorable del entramado existencial; porque la compasión es fuego que quema al ego. El ótrico, por el contrario, acoge, cuida de los existentes de la naturaleza, incluidos los humanos con sus “singulares” culturas, praxis, cosmovisiones, socio-ecologías, universos, espiritualidades, respetando y protegiendo lo más valioso de cada uno de estos para la vida pluriversa.


La metáfora de la alteridad ótrica, más que acercarnos a la complejidad de la existencia, es fuerza estabilizante que dinamiza formas convivenciales de existir y proteger la casa común que habitan humanidad y naturaleza.


Para ser digna habitante del entretejido existencial la educación ha de encarnar y promover ese tipo de convivencialidad que representamos a través de la expresión  alteridad otrica.


Se trata de la alteridad ótrica como conciencia ética, edificante para asumir y vivenciar las realidades dinámicas que ponen de manifiesto la multiformidad presente en los orbes social y natural, en los saberes, ahí la filosofía, la antropología, la pedagogía, la educación, así como en todo el espectro cultural, y para que las tensiones entre ancestralidad y contemporaneidad en diversos ámbitos no destemple el entramado de la vida.


Este modo ético de asumir la alteridad le impone a la educación incidir a través de la formación en el desarrollo de maneras proximales de vivir y convivir: formas ótricas de vida, respetuosas, acogientes de la otredad, formas sembradoras de vida, de humanidad y naturaleza, de vida en comunidad. De este modo la educación viviría el Ser del que ha estado extraviada, y se re-orientaría como puntal de balanceo existencial. He ahí importancia de educar en la conciencia, en la formación de luz, de energías que iluminen, que edifiquen, que obren vida.


Esta “verdad”, la de educar en la conciencia, no se revela aún en la realidad de nuestras prácticas educativas: éstas no encaminan la dirección que siguen las raíces de la Educación, sino el sentido trazado desde el sistema competencial que hoy habita en la misma como “verdad” que asoma en las realidades del mundo del "mercadeo" de la vida.


Pedagógicamente, desde la perspectiva comprensivo edificante (CE) que sirve de referente y se expresa en esta exposición,  nuestra extraviada educación realizaría su Ser si arrojase evidencias de educadores y educandos como seres ótricos.


El ótrico es ser que nace desde el seno educativo en virtud de un parto pedagógico en el cual el docente alumbra como educador y el estudiante como educando. Veamos.


Se es educador si su ejercicio no se reduce a la enseñanza, si su intervención en la tarea de formar no se anquilosa en el aprendizaje, sino que promueve y vuelca estos actos hacia la formación de conciencia de vida: si sintoniza la función de educar en la enseñanza, el aprendizaje y demás procesos del acto educativo.


La formación de conciencia, núcleo de la función de educar, se concreta en los resultados que arroje la misma: si el estudiante logra usar estas y demás fortalezas para alentar vida común, las vigoriza y pone en obra de vida, al servicio del otro y lo otro de la existencia, es decir si decanta como educando, como  ser ótrico.
Sólo en eventos acontecimentales de esta envergadura el profesor adquiere la majestad de ser educador. Entonces la educación realiza su Ser. Será ótrica. Será educación.


El Ser del educando y del docente se manifiesta en sus actos por la vida. La obra de vida se expresa en los actos presenciales, aquí y ahora, en el estar siendo, vibrando, acogiendo, compareciendo, siendo el otro y lo otro, luciendo los colores que le dan vitalidad a la existencia.


El deseo originario de ser, de proximidad o voluntad de interconexión que alimenta el ser ótrico, no hace parte del sentido contemporáneo de nuestra educación. Ésta no gira del lado de la exterioridad, de la apertura a la otredad que permite el hermanamiento entre singulares y próximos.


El deseo originario, radical, edificante, es distinto al fuego del ego, del Sí mismo, que  siempre anhela, con pasión irresistible, las aspiraciones del Otro, soñando sus sueños, encarnando su cuerpo, bebiendo de sus aguas, lanzando carcajadas contra su cara, oscureciendo  sus espacios;  acumulando de este modo la capacidad suficiente para inhibir la pulsión compasiva que le impida al  Yo precipitarse al firmamento de la alteridad por la que habría de disolver  el sí mismo para tornar como otro que a su vez logre crecer como Ótrico, como ser no sólo para la humanidad, sino para la vida socio-natural: manifestación singular, por excelencia de atesorar Ser.


Las realidades de cualquier orden se nutren de la exterioridad como otredad extendida. Las realidades ensimismadas, unívocas, ego-logo-centradas son creaciones e imposiciones al otro que éste asume como “la realidad” y que en sus relaciones sociales encarna como “su realidad” susceptible de agregamiento, diseminadas como “la verdad”, “mi”, “su” verdad.   En cambio, las de índole presencial aparecen cuando desnudan al otro en su vulnerabilidad y necesidad de acogimiento, deviniendo como exterioridad, como un darse a la otredad, ser ótrico.


Para ser exterioridad se ha de morir como yoico y corporizar al ótrico. Superar las relaciones egóticas estableciendo relaciones de exterioridad.


En sintonía con lo expuesto, la pluriversidad de la vida reclama una educación para habitar una alteridad distinta, que no es la de la permisividad por el derecho a la individualidad y la libertad que hoy desenvuelve en libertad para el Mismo, autointeresada y erosiva: el libre mercado generador de injusticias, desigualdades, inquidades, el libre-pensamiento con su limpieza étnica, ajeno al dolor, a la compasión, al deberse nada más que al Sí mismo.


La exterioridad que reclama la existencia interrelacionada no es solamente la alteridad expresada en la intersubjetividad o relacionalidad que favorezca el libre desarrollo de las individualidades, o inclusive aquella que persigue el bien de la humanidad: es la alteridad de la acogencia a esa otredad que abarca tanto al otro humano como a lo otro no humano que ayudan a sostener el pilar de la vida común.


Se trata, pues, de la alteridad ótrica como poderío humano que cambiaría la balanza en la que hoy pesa la mismidad.
Es normativa del plexo vital trasladarse y experienciar la alteridad por y para el equilibrio de humanidad y naturaleza. Si no lo hacemos no atenderemos el llamado de la vida al entretejimiento; nos moverá, no el impulso vital, sino el Sí-mismo.
Es éste el movimiento que habría de seguir la educación para Ser, de la mano de una antropología igualmente edificante que acompañe el camino por el cual se resignifique como pilar evolutivo.


3. El peso de una antropología ótrica en la senda educativa


Para fluir con el sentido  originario que le impone seguir el orden de la vida integrada, la educación tendrá que soportarse en perspectivas antropológicas que promuevan una ética de la alteridad que atienda la necesidad de vivir con responsabilidad ótrica, con sentido de tejido común, de servir al prójimo, al próximo por quien somos, a quien nos debemos.


Tal ética barre la individualidad y libertad propias de la visión dualista moderna por la cual las diferencias son una oportunidad  de ser Para Sí mismo, para que la singularidad que constituye cada ser humano con sus rasgos particulares y comunes, decante como individualidad y no como sujeto comunal. Es una ética que nos mueve a ser proximales, singularidades cuidadoras del entretejido; una apuesta para que nuestra singularidad no sea reducida a individualidad soberana ajena a las demandas de otredad y alteridad, que en el devenir histórico ha desenvuelto como mismidad, como privilegio del interés privado sobre el común: cooptación del otro por el mismo.


En esta dirección, la educación cumple su finalidad sustantiva de ser luz que ilumine la senda entretejida de la vida si promueve, en el marco de sus procesos, en particular desde la función de educar, la formación de seres que participen en la urdimbre socio-natural que integramos, disponiendo el hilo de su existencia al telar de la proximidad.


La alteridad ética, según Levinas, descansa en el otro, en ser el otro, en ser para el otro en nuestras relaciones sociales[2]. Creemos, en este punto, que es necesario explicitar tal alteridad, y lo venimos haciendo aquí a través de la expresión ótrico y derivaciones de ésta. Hemos de establecer relaciones vinculantes y no antagónicas con quienes nos debemos, ha de imperar el principio de nexo y no el de separación que demanda el sí mismo en razón de someter al otro, de poner la otredad a su favor, sin alteridad ética, ótrica.


3.1 Hacia una educación y ontología ótricas


Desde la apuesta comprensivo edificante (CE) y a fin de establecer vínculos socio-naturales, la educación y la pedagogía, específicamente, habrían de ir del brazo de ontologías para las cuales el Ser exulta en las relaciones que tejen vida común, apostando a una ontología relacional de orden proximal, en todo caso que supere aquellas de carácter dual, separadoras de naturaleza y cultura, de cuerpo y espíritu, y en las que gravitan las premisas ontológicas modernas.  El soporte ontológico de la CE coincide con las ontologías no duales  en la necesidad de vivir una relacionalidad socio-natural ética, tejedora de humanidad y de vínculos con la naturaleza; y de nuevo el rasgo ótrico le singulariza, sugiriendo que Ser ótrico podría constituir la ética de la alteridad que marque nuestras interacciones, y que la coexistencia humana se basamente en el acogimiento incondicional, no sólo al otro humano a quien de acuerdo con Levinas nos debemos, sino además en el respeto y cuidado de lo otro no humano, en la entrega  inminente al vulnerable y demás existentes del orbe socio-natural.


Somos miembro, hilos del entramado o cuerpo de la vida en el que, valga reiterar, nos “deberíamos” a la otredad socio-natural. Como se sabe, el humano germina de las semillas esparcidas por la naturaleza; se fortalece, como cualquier tejido, por el cuidado propio, entre los congéneres, conviviendo con el otro, debiéndose al otro, y al tiempo, por el cuidado de lo otro, siendo lo otro, para lo otro: siendo humanidad y naturaleza, estableciendo edificantes relaciones socio-naturales, estando para el otro y lo otro. Siendo exterioridad compartida.


En sintonía con lo expresado, nuestra educación experimenta su extravío de la función de habitar las raíces desde las cuales habría de generar escenarios para Ser. Tales espacios constituirían una oportunidad para que acontezcan, según se dijo en el aparte sobre alteridad ótrica, partos pedagógicos que (nos) permitan renacer en la presencialidad ótrica, como seres carnales que habitan la relacionalidad desde la alteridad ótrica, corporizando en su existencia los valores, actitudes, comprensiones y demás equipajes por los cuales se forman nexos edificantes  re-existiendo como seres para la vida interconectada. 


Su desvío del sentido originario acontece desde cuando cerrara las puestas del estar-siendo-aquí y ahora, y sus intervenciones siguieran los presupuestos que han servido para reproducir la mismidad. En su descarrío influye su carga de perspectivas que privilegian la individualidad más que la colectividad, más mismidad que otredad, más geografía del Sí que territorio por la juntanza socio-natural .


Su reorientación sería posible acaso desde una antropología y ética marcadas por la fuerza de ontologías ótricas, por las cuales, éticamente, la educación aporte en la formación de seres que entretejan su existencia siendo exterioridad comunal, es decir, a quienes, ontológicamente, el Ser les aparece al compás rítmico del acento que le den a sus actitudes presenciales:  siendo el otro y lo otro de la vida integrada. 


Promover la gravitancia de la otredad en el yo, que fuerza al sujeto al  desensimismamiento, a ser lo mejor digno próximo posible -- ser alteridad ética--, es lo que permitiría a la educación y a toda apuesta vinculante brindar formaciones para templar la coexistencia entre humanos y no humanos[3].


En esta tecitura, la tarea más urgente que se requiere de la educación hoy, en que asistimos a una realidad desalmada, marcada por la crisis civilizatoria que desata el ego encarnado en la economía, la política y demás ámbitos de la vida socio-natural, es, quizás, intervenir en la formación de las dotaciones que demanda la ciudadanía pluriversa, o mayoría de edad, no para proceder “adecuadamente” en las relaciones que nos corresponda vivir bajo el cobijo de la razón ilustrada, sino para habitar con grandeza ótrica el entramado de la existencia.


Al enfatizar en este proceso la educación sería protagonista del cambio de giro por el que pasaríamos de la era geológica que estaríamos viviendo en la actualidad, el egoceno, hacia otra que nos acerque más al Ser (Arboleda, 2025), una educación que constituya el motor evolutivo que nos permita desplazarnos, con mayoría de edad ótrica  y no sólo ilustrada, del Para Sí hacia el Para Ser.


Persistamos. Se trataría de una educación inspirada en concepciones nexo-edificantes del ser, que le sirvan para fortalecer la otredad, el lazo extendido de la vida: para estrechar vínculos socio-naturales. Una educación que, como se acaba de mencionar, vaya del hombro de estudios y concepciones relacionales sobre el Ser, de carnales ontologías Para Ser, de apuestas éticas y antropológico-ontológicas por las que el ser de la educación no siga prisionero de aquella ontología dual que, al descorporizar la mente y al divorciar al hombre de la naturaleza, nutre el Para sí del megapoder de carácter económico, financiero, político e ideológico que con indolencia flagela al plexo socio-natural.


Para significarse, la educación no podría soportarse por fuera de fuerzas ético- antropológicas encarnadas, no en el ego, no en el Yo, sino en la otredad, siendo ésta el sustento que aliente y oriente el proceso de sellar el vínculo humano y no humano que oxigena el cuerpo pluriversal de la vida, con sus existentes biofísicos, sociales, naturales, espiritualidades, ancestralidades, culturas y demás entidades. Una con cuerpo socio-natural, con lente y ontología ótrica que fulgure en las epistemologías para la vida en complexo y no en aquellas por las que se aprecia y vive la existencia a imagen y semejanza del “mismo”, ahí las epistemes que vociferan la razón moderna de la cual bebe la razón erosiva del mercado.


Una educación para Ser es acontecimiento en el que los humanos se apapachan entre sí y hacen lo propio con la naturaleza.


La formación de musculaturas comprensivas que iluminen la vida, de comprensiones existenciales ótricas, es asunto que abordamos en los siguientes apartados de este artículo.


 



  1. Julio César Arboleda, Director Red Iberoameri-cana de Pedagogía, direccion@redipe.orghttps://orcid. org/0000-0002-1572-5384 Miembro Grupos de Investigación: “Educación y desarrollo humano” USB; “Ped-agogía, formación y conciencia” (PFC); Univ. Autónoma de Madrid; Epistemología, pedagogía y filosofía, REDIPE. Iniciador de la Perspectiva Comprensivo edificadora de la edu-cación, la pedagogía, la didáctica y el discurso, desde 1995.


 



  1. No obstante el matiz (ótrico) y tonalidad que desde nuestra perspectiva comprensivo edificante damos a su ética y antropología,  Lévinas es un referente obligado para esta propuesta y para nuestra propia vida. Es propia de Levinas la concepción de que la humanidad que alcancemos está dada por la ética de la alteridad que imprimamos a nuestras relaciones humanas, que nos impulsa a recibir incondicionalmente al otro, al vulnerable y en general al otro humano por quien nos debemos, ser “rehenes del otro” (Arboleda, 2024). 


 



  1. La ontología dual es ensimismada porque hace pesar en un complejo a  una de las partes, agregando a la otra para construir un orden, un mundo único: Según Escobar (2012), en este mundo logo-ego-centrado “hay dos grandes procesos interrelacionados: ciertas premisas ontológicas sobre lo que constituye lo real (especialmente la unicidad del mundo natural) y procesos históricos de hegemonía y poder que han permitido a esta concepción de un mundo naturalizarse y esparcirse a lo largo y ancho de territorios socionaturales y calar en los suelos culturales de los pueblos del mundo”.  

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